El día estaba especialmente lindo y una sensación de bienestar me visitaba desde las primeras horas de esa mañana. Me vestí con ropa liviana, colorida y saqué de paseo a… (o ella me saca a mí, ya no lo sé) mi bicicleta turquesa.
La brisa marina nos condujo por la costa y a mitad de camino nos topamos con una enorme feria de artesanía. Caminamos lento ese tramo, para ir mirando las curiosidades que se ofrecían a nuestros ojos. De pronto, un canasto lleno de remolinos, a los que el viento hacía lucir sus vueltas, obstruyó nuestro paso. Cada uno de ellos se empeñaba en mostrar sus mejores giros, como pequeños huérfanos ante los ojos de la pareja que elige niños para adoptar. Así los remolinos intentaban seducirnos con el fin de que los llevásemos con nosotros.
Me tomé el tiempo necesario para estar segura de que era ése y no otro el que queríamos que nos acompañara y fue el que tenía forma de flor, con un color en cada pétalo, el privilegiado. Por él pagué apenas un billete y lo monté en el canasto, cara al viento. Parecía niño sonriendo y era tan contagiosa su alegría que a nuestro paso la gente nos sonreía, nos decían palabras simpáticas y alentadoras, los trabajadores nos gritaban desde sus puestos y nadie quedó indiferente ante la vista de sus piruetas.
¿Qué antigua mañana, toca el remolino con sus giros, que logra hacer florecer tantas sonrisas? ¿qué pétalo del alma se conmueve con su ternura? ¿qué día de la infancia se asoma para mirarlo? ¿qué recuerdo acude a su encuentro? ¿quién… desde adentro, sale a admirarse con su belleza?
Maritza Barreto
Viña del Mar, lunes 24 noviembre, 2008,
día del remolino mágico