EL PARAGUA ABANDONADO
Cuento infantil, pero no tanto
de Maritza Barreto
EL PARAGUA
En un hermoso lugar llamado Ciudad Jardín, habitaba un anciano que fabricaba paraguas. Los hacía de formas y colores diferentes y no los entregaba al mundo sin antes darles una misión: “tú servirás de accesorio, tú cubrirás a un joven, tú adornaras un escaparate, tú…” ¡en fin! A cada uno lo uncía con un mandato, el que era recibido con orgullo por cada paragua. Quiso el fabricante que uno de sus paraguas fuese especial y así concibió a uno que resultó ser más grande y fuerte que los demás. Al terminar de hacerlo, el mismo fabricante se sorprendió de su obra y, como a todos, le otorgó su mandato, previo a entregarlo al mundo: “tú servirás a una gran familia”.
Hay que aclarar que la Ciudad Jardín está dividida de norte a sur por una arteria llamada Avenida Libertad, hacia un costado de ella se encuentra la parte Oriente, por donde nace el sol cada día; del otro lado, por donde el sol se esconde, se halla, lo que llaman el Poniente. Precisamente en este costado, vivía la familia Sharted, con la que nuestro paragua debería cumplir su misión, pues ellos lo adquirieron.
Por muchos años brindó protección a las mujeres, hombres niñas y niños de esa familia y lo hizo bien, incluso solían pedirlo prestado de otros grupos familiares, porque en realidad, el paragua había sido confeccionado de material firme y resistente.
LA NIÑA
En el otro extremo de la ciudad, en la parte Oriente, vivía a la intemperie, una niña desamparada, a quien le gustaba escribir poemas y vagar, pero como no tenía forma de refugiarse del agua y de la nieve, su vida le era muy difícil.
Entretanto había pasado el tiempo y en el lado Poniente de Ciudad Jardín el paragua de los Sharted continuaba sirviendo a su familia, hasta que empezó a caer en desuso y aparecieron nuevas formas de protegerse del mal clima, así es que poco a poco, nuestro paragua fue quedando abandonado. Un buen día, alguien determinó que ya no servía para nada y lo dejaron abandonado en un tacho de basura en una esquina cualquiera del barrio. “Que cruel es la vida” pensó el paragüita “mientras era joven, bello y fuerte todos me querían, ahora me abandonan en un basurero”. Allí pasó algunos días esperando al camión municipal que lo llevaría al vertedor público donde sería enterrado definitivamente junto a todos los desperdicios de la ciudad. Le dolían las varillas y sentía la piel de su tela arrugada y sucia. Ya estaba resignado a su suerte.
Esa mañana, la niña del Oriente quiso atravesar la Avenida Libertad. Caminó y caminó hasta cruzar el límite con el Poniente. Llevaba como siempre, poemas para regalar. Muy pronto llegó a la esquina en la que se hallaba el tacho con basura y cuál no sería su sorpresa cuando al mirar en él… descubre al paragüita abandonado. “¡qué hermoso paraguas!” dijo “¡qué varillas fuertes y que tela firme!” y sin pensarlo dos veces lo levantó del tacho en el preciso momento que llegaba el camión municipal para llevarse la basura.
El paragua desarticulado no podía creer lo que le estaba sucediendo. “¿de veras niña, tú crees que aún puedo servir para algo, así, viejo y desarticulado como estoy, con mi piel de tela arrugada y ya sin gracia?” “¡Qué dices paragua!” respondió sorprendida la niña “Quién te ha dicho tales cosas! Si me dejas te llevaré conmigo y verás que bien nos acompañaremos tu y yo”. “No creo poder” dijo el paragua que había perdido la fe en sí mismo.
La niña sacó de su bolso un papelito que había escrito esa mañana antes de partir de viaje, carraspeó y mirando a los transeúntes que por allí pasaban, lo leyó en voz alta:
No lo ha intentado
Nunca lo ha intentado
Entonces ¡¿cómo lo va a lograr?!
Si ni siquiera lo ha intentado
No se lo ha propuesto -yo creo-
No lo tiene en mente
Entonces, nunca lo va a lograr
Porque si lo hubiera intentado,
Aunque fuera mínimamente
Algo ¡algo se hubiera notado!
Pero como no lo ha intentado…
Pero ¡claro! Es que… no está en su voluntad conseguirlo, por eso…
No lo ha intentado.
¡Pst! ¡No se le mueve ni una varilla!
¿Para qué? Si así está bien
No le molesta
Entonces no tiene ninguna intención.
Nooo ¡No! No, no
No hay intención –yo creo-
Por eso es que no lo ha intentado
Y no es que yo no lo crea,
Es que si ha pasado tanto tiempo y no lo ha logrado es porque…
Es porque no lo ha intentado
No, no.
A mí no me cuenten cuentos:
Si no lo ha logrado
Es porque…
No lo ha intentado y es una lástima ¿eh?
¡Porque si hubiera hecho el mínimo esfuerzo!
Ya, algo hubiera logrado
Pero, como aún no lo ha intentado…
La gente se detuvo a escuchar y cada uno, en su fuero interno pensó qué era aquello que nunca había intentado y que sin embargo era su propio deseo. Al terminar de leer, la niña vio dispersarse al público que la premió con algunas monedas. Cada uno se fue reflexionando… Pero ¿el paragua?
El paragua sintió que también debía intentarlo, movió sus articulaciones y vio que sus varillas estaban aún fuertes y funcionaban perfectamente, sacudió su tela, apareció su piel renovada, firme. Emtonces, se sintió rejuvenecer y de un brinco se acurrucó en el hombro de la niña.
El paragüita que antes había sido abandonado, estaba ahora muy contento con la ternura de la niña del Oriente. Juntos viajaron por el mundo repartiendo poemas y fueron muy felices.