Eran las tres de la madrugada, yo, fumándome un cigarrillo en la puerta del Mezz pub, tuve unos momentos de cruel lucidez. Me encontraba rodeado de la más infernal de las visiones dantescas jamás descritas, a pesar de que, a simple vista, no parecía una guerra ni la sangre nos salpicaba.
Era peor: las batallas estaban implícitas en todas y cada una de esas criaturas que, en auge evasivo, invadían las calles de la ciudad. Sí, en una de las más modernas ciudades de Occidente, la capital del tigre celta, el quinto país en renta per cápita, en ese paraíso occidental vi la decadencia de la especie humana: a un y otro lado centenares de jóvenes alcoholizados me mostraban su falsa felicidad, su cita semanal con la evasión del alma y me venían a hablar de sinsentidos con sus etilizados alientos. Cada uno a su manera se intentaba convencer de que estaba satisfecho en ese momento, que hablaba con nueva gente, que el entorno le apoyaba, que no era el alcohol el que creaba esa unión, que no era una falsa sensación para que uno se sintiera respaldado en ese entorno…Cuando en verdad yo vi que no había silla, no había felicidad, solo había tristeza.
Era la reunión de los sin rumbo, de las generaciones perdidas por la saturación de información. Ese panorama tan fielmente descrito por Huxley y Orwell en sus sociedades perfectas os parecerá muy lejos de nuestros tiempos, pero ya estamos, en plena inconsciencia, metidos dentro. La mano oscura del consumismo nos satura de información, nos engaña dándonos decenas de opciones efímeras y nos quita la capacidad de valorar las cosas mediante la satisfacción verdadera. Al no poder valorar debidamente, no somos capaces de distinguir las opciones reales de las ilusorias y nos encontramos en un punto en que todo lo que huele a porvenir es rechazado, porque solo nos trae aromas de desilusión. Entonces, la sagrada constatación de Horacio, el Carpe Diem, es pervertido, su significado profanado por miles de gentes que en lugar de buscar vivir el presente, lo utilizan simplemente para evadirse de un futuro que les persigue. Sí, el miedo a un futuro, la incapacidad de decidir alimentada por la perversión de un sistema de valores impreso por las sociedades consumistas, el no encuentro de un rumbo que no sabemos ni de donde viene ni hacia donde va…
Este cúmulo de circunstancias une a centenares de jóvenes en las calles de Dublín y de tantas más “ciudades modernas” para que todos juntos dancen y paguen tributo a su nuevo Dios, con el médium espiritual llamado alcohol, para que los elevé por unos minutos hacía un mar de placer, pero que no es más que un océano de sensaciones enfocadas hacia el no dolor. Así es, allí vi la más masiva de las danzas paganas jamás bailadas, el más inconciente de los tributos a un sistema que se regocijaba de placer al ver como sus mecanismos de legitimación se retroalimentaban, dejando a miles de almas sin consciencia, solo con falsas sensaciones de satisfacción i duros despertares.
Ésta es la sociedad moderna, una sociedad que trata por todos los medios que los jóvenes no podamos pensar por nosotros mismos, una sociedad que vende la imagen de las mil oportunidades, pero que en realidad utiliza tan distintas opciones para obstruir tu mente i cegar tus estímulos, una sociedad que se justifica a base de engaño tras engaño.
Ese sábado, a las tres de la mañana en frente del Mezz pub, tuve un momento de lucidez, y tuve miedo, tuve pánico, la desilusión se apoderó de mi, pero no por mí, pues yo ya me desprendí de los grilletes, mas por esa masa de almas que vagan sin rumbo, inconscientes de que legitimando su propio desencanto llevan a nuestra amada Tierra a la destrucción, a un fin que no se merece.