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Roble.
Joan Jara, Víctor Jara, un canto truncado.
Sé que parecerá, como punto de partida, una idea ya más que mascada; un concepto que lo único que pretende es roernos la consciencia para culpabilizarnos de los males de todo el mundo y de nuestro entorno, que es una herramienta para movilizar masas a base de mala consciencia… Pues no hay nada más alejado de la verdad de este concepto, porque, precisamente, el consumo consciente pretende ser un canal informativo para que cada uno de nosotros disponga de las herramientas adecuadas para decidir como consume. Me explicaré.
Lo que se pretende con ésta idea no es culpabilizar a la gente, sinó más bien al contrario: provocarle curiosidad respecto a esos actos diarios que se dan por senado pero que en realidad son inercias sociales que en muchos casos no decidimos por nosotros mismos. No es solo comprar esto o lo otro. La idea del consumo consciente va mucho más allá: el consumo está en todas partes; cómo me desplazo, cómo cocino, cómo me divierto, cómo comparto tiempo con mis seres queridos… En cualquier situación rutinaria existe el elemento consumo que es un medio para llegar a el fin de la satisfacción de necesidades, pero al mismo tiempo es el fin que justifica muchos medios productivos (debemos hacernos la idea de todo lo que hay detrás de la provisión de cada bien y servicio que vamos a consumir). Así que, por una parte, el consumo como medio es básicamente un elemento socialmente construido, mientras que el consumo como fin sustenta una determinada estructura económica.
Si nos centramos en el consumo como medio para alcanzar una meta, debemos despertar del letargo inconsciente para darnos cuenta de cómo estamos actuando. Ésta vía de consciencia tiene mucho que ver con el desarrollo personal; uno se empieza a dar cuenta que ciertos actos diarios los hace por condicionamiento social y que cada vez menos satisfacen sus aspiraciones, por lo que a cada acto encuentra vacío. Habrá gente que nunca llegue a tener esa sensación porque son capaces de vivir en la inconsciencia de forma consciente y ser felices, pero habrá mucha otra que una vez abra la puerta del cognos ya no podrá cerrarla nunca más, y cuando esto ocurra, lo que uno debe hacer es sentir curiosidad en lugar de carga o miedo, porque la curiosidad nos permite llegar hasta los lugares más insospechados del conocimiento de forma alegre y despreocupada, mientras que el miedo solo engendra inseguridad, y la culpa rechazo. Volvamos a ser niños para husmear en ese mundo inhóspito que es el consumo; hablemos distendidamente con los vendedores, informémonos de qué compramos, exploremos las posibilidades de satisfacer una misma necesidad sin gastar ni un euro, ¿seguro que hace falta gastar cada vez que nos hace falta algo, o realmente eso es de lo que nos han convencido? ¿Acaso no hay multitud de formas de recreo gratuitas que restan ocultas a nuestros ojos a causa del velo del consumismo? La curiosidad puede con todo, abre todos los velos y te descubre infinidad de posibilidades inexploradas. Y, sobretodo, no temamos ni nos obsesionemos con las contradicciones, siempre estarán ahí mientras este sistema sea el que nos rodee; uno lo siente cuando está dispuesto a cambiar, no es una obligación, sino una sensación: un sentimiento de ganas de conquista amparado por el manto de la buena causa que mana de la voluntad de vivir en un mundo mejor. Por lo tanto, el consumo consciente y el desarrollo personal van muy unidos, y muchas veces la respuesta al segundo es el primero porque te libera de muchas cargas mentales, de tiempo y de falsas necesidades.
Por otro lado, encontramos el consumo como fin de todo un sistema económico que se ha estructurado cavándose su propia tumba: el sistema necesita crecer, para crecer se necesita cada vez más consumo, y para que consumamos más necesitamos más recursos y energía, pero, muy a pesar de los fundamentalistas del crecimiento capitalista, el planeta es finito, y con él sus habitantes y los recursos de los que éstos se abastecen para cubrir sus “necesidades”. Así pues, el segundo nivel de consciencia tiene que ver con el descubrimiento de todo lo que hay detrás de los bienes que se nos ofrecen. Si el primer nivel era el “despertar”, a este lo podemos llamar “explorar”. Una vez sentimos la necesidad de cambiar nuestros hábitos llega la hora de descubrir porque teníamos esa sensación de despropósito. Llega la hora de darse cuenta de que estamos alimentando un sistema que basa sus razonamientos de “bienestar” humano en unas teorías económicas irracionales, que pretenden extrapolar unos niveles de despilfarro energético y material cada vez a mayor escala, porque el crecimiento económico nos lo impone. Cada vez más plásticos y derivados del petróleo, más coches, más consumo energético, más “comodidades” enajenadoras de los individuos, cada vez más gasto energético y material para mantener a los sumisos en casa o en núcleos sociales pequeños para así impedir cualquier tipo de cohesión social, cada vez más irracionalidad en un mundo que, ahora más que nunca (aunque no nos lo parezca sentados en la poltrona de la comodidad), necesita de un tejido social que sea capaç de reivindicar un uso de los materiales y la energía más racional. El consumo consciente pasa por entender que cada acto de consumo, cada cosa que compramos o, mejor, dejamos de compra,r conlleva unas repercusiones sociales y ecológicas en un país y a unas gentes que nos son totalmente ajenas, pero que son, como nosotros, personas.