Esta mañana la calidez de los rayos del sol entrando por la ventana me ha despertado. Esa sensación de querer ofrecerte al mundo sencillo y con ganas me ha invadido, como si por arte de magia la naturaleza me quisiera trasmitir su fuerza a través de los rayos oblicuos que mi cara calentaban. Me he levantado con todas las ganas de gozar de un nuevo y bello día en mi mundo; el día no se me haría largo…
Por fin he abierto la puerta de casa y he saludado al día. Era uno de esos días típicos del despertar primaveral en los que el sol te acompaña casi siempre y nunca aprieta demasiado, uno de esos en que, por mucho que quieras, no se te puede borrar la sonrisa de la cara porque los pájaros a cada paso te saludan con una canción, y tienes la sensación de que si no muestras tu alegría les decepcionas a ellos y al sol mismo.
Iba andando cuando, justo en la primera esquina, dos compañeros disfrutaban tocando tambores y otros curiosos instrumentos que parecían sacados de la antigua Babilonia, acompañando sus hipnóticas melodías con escalofriantes cánticos ancestrales; haciendo honor a sus orígenes. Pasando por delante les he dedicado una gran sonrisa a modo de gracias y, obviamente, ellos me la han devuelto…Todos habíamos recibido recompensa, y afortunado de mí que había recibido dos: música al despertar y dos grandes sonrisas de complacencia.
Y es que aquí, donde vivo, la música no para nunca durante la jornada; en cada nueva calle pisada encuentras un grupito de rock clásico dedicándote uno de esos temas de tu vida, o una canción reggae que te obliga a pararte unos minutos y bailar al son del maestro rasta, o, simplemente, un señor pianista que te invita a reposar un ratito antes de seguir con tu feliz día. Y es así para que en cada momento recuerdes que la música es vida, y que la vida no es vida sin ella.
Aquí la gente no piensa en cumplir grandes proezas a largo plazo, en ser el gran hombre el día de mañana o en comprarse ese coche cuando se jubile…Aquí, cada día logras una proeza, cada día la vida te da las gracias por hacerla realidad, porque a lo único que te obliga una jornada laboral en mi mundo es a hacer feliz a alguien y la retribución no se puede contar, no se puede valorar, simplemente se puede sentir. I cuanta más gente haces feliz, más sientes y más épica es la hazaña de hoy, pero mañanas irás a por otra. Una de las curiosidades más mágicas que tiene mi mundo es que si todos tenemos que hacer feliz a alguien, puedes estar seguro de que alguien te alegrará el corazón durante el día, y de este modo el círculo virtuoso de la satisfacción se retroalimenta.
Continuará...
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