La capa exterior de las burbujas parece incolora y transparente pero no lo es: miles de colores se combinan en las paredes de estos maravillosos globos en un incesante ajetreo formando una combinación de formas y movimientos que desde el primer momento me recordaron a nuestra madre Tierra vista desde el lejano espacio; así es, esta combinación de jabón i agua crea unos pequeños globos terráqueos que evolucionan de un modo acelerado imitando las nebulosas y anticiclones de la atmósfera hasta que en menos de una segundo se desvanece…y ya no hay planeta.
Pero ésta no es la similitud más asombrosa que me proporcionan estas pequeñas joyas: las burbujas parecen todas iguales, pero son tan distintas como las mujeres y sus juegos en el amor. Hay esas burbujas que mientras vas soplando se van haciendo grandes; no paran de crecer, las ves ahí, delante de tus ojos como te van poseyendo, tu corazón se llena de esperanza e ilusión por la gran burbuja que se crea delante de ti y tu cabeza empieza a imaginar como será cuando esté completa: la mente empieza a crear esas imágenes mentales de la gran burbuja perfecta que completarás, pero antes de que te puedas dar cuenta, la burbuja ha explotado delante de tus narices. Y ahí te quedas tú, pensando en como podía haber sido de bella esa burbuja cuando aún ni existía…Ésta es una de las más dolorosas, porque no llegas ni a volar con ella cuando todo tu cuerpo ya está dispuesto a hacerlo: la burbuja no quería volar contigo. También encontramos esa otra gran burbuja, la que, ahora sí, conseguiste hacer volar. Pero te fijas en ella y en tu subconsciente permanece la idea de que se puede romper muy fácilmente, de que más vale no acostumbrarse mucho a su presencia porque en el momento menos pensado “pam” y ya no está. A pesar de tu pesimismo la burbuja sigue flotando y viviendo a tu lado, parece que quiera demostrarte que no se irá de la noche a la mañana porque perdura en el aire volando contigo. Cuando finalmente dejas la desconfianza aparte y empiezas a disfrutar con toda tu alma a su lado, ésta se desvanece, dejándote una sensación que huele a cruel y desconsiderado. Ésta engendra más desconfianza en las demás burbujas, porque cuando finalmente abres tu corazón esperando recibir una dulce contrapartida, la muy pompa explota. Pero hay más. También sucede que dejas muchísimas burbujas flotando en el aire pero acabas fijándote solo en una. Y así es que la más bella burbuja flota con tal gracilidad que tienes ojos solo para ella, pero es la primera en explotar. Y en lugar de fijarte en todas las otras pequeñas pompas que perseveran en su vuelo para atraer tu mirada, lo único que se te ocurre es seguir haciendo pompas hasta volver a encontrar la primera burbuja que exploto y que, seguramente, nunca encontrarás, porque todas ellas son distintas. Incluso te parecerá que la encuentras de nuevo, que su forma y su gracilidad son la misma, pero seguro que las paredes muestran otra combinación de colores. Otro paralelismo ciertamente frustrante. Pero la idea de que todas las burbujas acaban explotando no me convence y creo que en mi comedor aun debe de quedar una burbuja, con paredes hechas del más ligero de los tejidos (pero al mismo tiempo el más resistente), que simuló explotar un día para, más tarde, cuando yo hubiera aprendido a volar con ella, aparecer de nuevo. De momento sigo jugando con las burbujas que me rodean, sigo creándolas y explotándolas una y otra vez sin acompañarlas; las admiro, amo su belleza, les doy gracias cada día porque me dejen mirarlas. No las persigo ni pretendo modificar su curso, pero a veces un extraño magnetismo las atrae a mí haciéndolas explotar chocando contra mi inmutable cuerpo, que no es más que un escudo para mi desconfiado y maltratado corazón.
Druida